お墓参り

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Ohaka-mairi es la costumbre japonesa de visitar la tumba familiar para limpiar la tumba, poner flores frescas, incienso, en algunos lugares acostumbran llevar comida o bebidas, echar agua sobre la lápida y rezar. En Japón se realiza en Obón, pero acá en México se acostumbra el día de muertos. Antes visitábamos las tumbas de toda la parentela y ahora, sólo la tumba familiar.

Tumba de la familia Ikeda

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Dentro de unos días se llevará a cabo una exposición sobre la Migración Japonesa a México, por lo que presté un libro de cuentas de mi abuelo y un pasaporte, que no era el original que había ofrecido, sino otro más reciente que apareció en uno de sus álbumes. Así que compartí algunas de las imágenes con el hermano de mi papá que ya pasa de los ochenta años y es el único que me puede dar razón de algunas de las personas que aparecen en las fotos.

Mi bisabuelo viajó de Yokohama a San Francisco y de ahí a Mazatlán para emplearse en La Oaxaqueña. Despues de muchos ires y venires, incluyendo Sacramento, California, donde nació mi abuelo, se establecieron en el puerto de Veracruz donde comercializaban abarrotes.

Tienda en Veracruz, 21-1-1934

Durante la Segunda Guerra Mundial fueron obligados a rematar sus propiedades y trasladarse a la ciudad de México. Se establecieron en Tacuba y un pariente abrió una tienda de abarrotes en el rumbo y mi abuelo hizo lo propio llamándose «La jarochita» (no me queda claro si era el nombre de la tienda del pariente o de mi abuelo y se encontraba en la calle de Mar arábigo, me imagino que esquina con Mar mediterráneo). En los años 1930-1950, Tacuba era un barrio semirural, con mezcla de viejas casonas porfirianas y nuevas viviendas populares. Los comercios japoneses eran comunes en el noroeste de la ciudad (Tacuba, Popotla, Pensil, San Alvarado), porque era una zona de tránsito y con rentas accesibles.

Transporte CDMX - Facebook, calle Mar Mediterráneo, Tacuba

Al que mejor le iba era a mi abuelo y cuando mi abuela iba a parir, le compró tres electrodomésticos que en aquella época eran el equivalente a comprar un auto (parece que era un refrigerador, una lavadora, no recuerdo si era General Electric, y otro electrodoméstico que tampoco recuerdo de la conversación). Mi abuelo quería que mi abuela se atendiera en un hospital de lo más moderno que se había instalado en la falda de no sé que cerro en Tacuba, pero mi abuela prefirió atenderse con una partera porque no hablaba bien español y creía que en el hospital iba a tener problemas de comunicación. La partera no se dió cuenta de que se le estaban hinchando las piernas y a los dos días murió de preclamcia postparto. Mi abuela nunca vió la sorpresa que mi abuelo le había preparado y siempre se arrepintió de no haberla obligado a atenderse en el hospital. Mi abuela tuvo cuates, pero la niña moriría meses después y el sobreviviente fue mi padre.

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Después de la muerte de mi abuela, el abuelo no pudo trabajar durante tres meses y los artículos perecederos se echaron a perder. Lo admirable de mi abuelo fue que nunca se volvió a casar, ni a meter una mujer en su casa, ni siquiera una sirvienta, y se hizo cargo de sus hijos por el resto de su vida, con todo lo que eso implica; prepararles la comida, lavar la ropa, planchar, ayudarlos con las labores escolares y trabajar para sacarlos adelante.